El cristianismo es profundamente respetuoso con la naturaleza.
Hay una corriente de pensamiento actual que acusa a la cultura judeocristiana de haber sido la causa de la sobre explotación de la tierra. Sin embargo, históricamente esto no ha sido así. De hecho, el primer ecologista conocido por su nombre es San Francisco de Asís.
La sobreexplotación de la tierra no ha llegado de la mano de la cultura judeocristiana, sino de la mano de la cultura moderna (Maquiavello y Bacon) y del desarrollo al margen de la ética de la técnica y de la ciencia. La sobreexplotación de la tierra que comenzó con la primera revolución industrial no tiene elementos cristianos sino liberales. Es el liberalismo el que dirige la mirada hacia la tierra como un bien en propiedad y no como una donación de Dios de la que somos responsables.
La reacción a ese planteamiento ha derivado en otro extremo, cosiderar la Tierra como una diosa o como un ser vivo al que atacamos si la explotamos. Pero la tierra tampoco es ni diosa madre, o Gea, o similar a la que haya que rendir culto.
La reacción a ese planteamiento ha derivado en otro extremo, cosiderar la Tierra como una diosa o como un ser vivo al que atacamos si la explotamos. Pero la tierra tampoco es ni diosa madre, o Gea, o similar a la que haya que rendir culto.
Los cristianos sabemos que la tierra, como el resto de la creación, lo ha creado Dios y lo ha puesto al
servicio de los hombres. Pero no para el expolio. Es un don de Dios del que somos responsables. Y todo lo que hay en ella,
animales, plantas y seres inanimados, están destinados al bien común de la humanidad (pasada, presente y
futura).
La creación está para usarla y servirse de ella, pero este dominio que
se nos ha otorgado no es absoluto. Su uso y disfrute no puede separarse del respeto a las
exigencias morales. Debe estar regulado por
el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las
generaciones venideras.
El séptimo mandamiento (no robarás) exige el
respeto de la integridad de la creación. Este respeto se fundamenta en que igual que la hemos recibido, hemos de
dejarla. Es decir, que las generaciones venideras tienen que poder valerse de
ella.
Por eso, si por ecologismo entendemos el uso respetuoso y consciente de la tierra y sus recursos, podría decirse que los cristianos somos profundamente ecológicos.
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